“Patricia, vuelve” (Jam Session de Relatos)

Mmmm… quesada… ¡Gracias Mila!
Para entrar en calor en este diciembre, algunos/as verbalineros/as de Toledo decidimos compartir un “Café de Palabras” en el aula presencial de Verbalina Escuela de Escritura Creativa. Estuvimos tan a gusto que, con la excusa de una Jam Session de Relatos, nos quedamos durante más de dos horas leyendo nuestros textos y los de los/as autores/as que admiramos. Pero, como en toda buena Jam, también había que improvisar. Así nació nuestro Patricia, vuelve, un relato colectivo fruto de la inspiración del momento… de la rica quesada cántabra con la que nos obsequió Mila (y de la que dimos buena cuenta, como podéis ver…)
Ha sido una experiencia tan agradable que hemos decidido repetirla con más frecuencia. Así que… ¡te espero en la próxima Jam!
Os dejo el relato fruto de nuestra primera Jam (por cierto, la primera frase fue escogida al azar del libro Maridos de A. Mastretta)
PATRICIA, VUELVE
Autores: Marcela Solis, Miguel Gabán, José Antonio Jiménez, Milagros Gutiérrez y David Diezma.
La tarde de un jueves, Patricia perdió el reoj que se había comprado con su primer sueldo. Siempre había sido muy despistada, con suerte lograba conjuntar el atuendo que llevaba día a día. Su madre tenía la manía de recordárselo cuando era pequeña, cuando perdía pendientes a una velocidad de dos pares por semana. Patricia siempre pensó que la culpa de sus despistes era la perfección obsesiva de su progenitora, ¿qué era eso de tener que mañarse un día sí y un día no? ¿Y lo de cambiar las sábanas después de cada ducha? ¿Y cepillarse el pelo cien veces antes de acostarse? Así es: cien veces. Si por algún motivo lo hacía noventa y ocho su madre estaría ahí para recordarle lo torpe que era.
¡Y los jueves! ¡Los jueves!… Ay, con ese día a mitad de la semana… Los jueves siempre tenía demasiadas cosas que hacer. Tenía que prepararlo todo para irse al pueblo el viernes tarde a pasar el fin de semana: escoger la ropa, no olvidarse de las llaves, llevar sábanas limpias, los ingredientes para hacer la comida y sobre todo el enorme bolso con todo lo que necesitaba Albertito, su bebé de tres meses, ese extraño ser que nació sin esperarlo y que le había transformado completamente su vida.
(De izq. a dcha.) David, Mila, José Antonio, Miguel y Marcela.
Todo cambió aquel verano en Perú, cuando se le estropeó el autobús en mitad de los Andes. Para mayor desgracia, la primera noche le robaron las maletas.
–Lo siento, señorita, –dijo el conductor– pero estamos a cuatro días del pueblo más cercano.
–¿Pero no pueden llamar por teléfono a la policía?
–Estamos en ello, pero la radio no funciona y aquí no hay cobertura..
El día siguiente estuvo lloviendo hasta que se puso el sol. Patricia comenzó a sentir la desesperación. No por estar en otro país en medio de la nada con un bebé en brazos, rodeados de gentes extrañas. No porque se hubiera quedado sin sus tarjetas de crédito, sin sus horarios. No era nada de esto lo que llevaba a una rabia extrema. Era el hecho de que, después de tantos años de entrenamiento, no iba a poder peinarse sus cien veces ni dormir sobre sábanas limpias. Y esto le hizo sentir absolutamente perdida.
El bebé era el único que mantenía la calma, haciendo pompitas con su boca, parecía jugar. Patricia seguía inquieta, buscando en su cabeza aturullada había encontrado escusas: echando las culpas a su madre, recordando sus estrictas normas, perdiendo quizás a propósito un reloj. Excusas para no afrontar que había abandonado a su marido. Sus ojos calleron al suelo como el plomo, asumiendo la realidad.
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