Fragmento del artículo “¿Otra forma de escribir cuentos?” aparecido en  la revista on line Culturamas.es. Debido a la extensión del artículo, lo  hemos dividido en dos partes para publicarlo en este blog. Esta es la  primera de ellas, en la que se aborda, entre otros asuntos, el tema de  los finales sorpresivos en los relatos.
FUENTE: http://www.culturamas.es/blog/2013/08/18/hay-otra-forma-de-escribir-cuentos/
En el otro plano, el del formato y el soporte, los  90 también marcaron un camino que los narradores transitarían una década  después: el de la creación de sus propios medios de publicación:  editoriales independientes, fotocopias plegadas, fanzines, libros de  cartón, plaquetas, todo un arsenal de guerrilla literaria para difundir  la obra. Una obra que debía adaptarse si quería ser difundida por estos  medios: una novela de trescientas páginas se atasca al tratar de  circular por estos canales en los que los cuentos breves se desplazan  como peces en un estanque.
El factor blog
El  otro día escuché en una charla de bar, en la que se debatía por qué ya  no surgían “10” clásicos en el fútbol argentino, que alguien  argumentaba: “Es que en las inferiores ya no se juega con enganche”. Si  la formación explica el modo de jugar habría que señalar que la mayoría  de los autores surgidos en los últimos años hicieron “las inferiores” en  la blogósfera. ¿Qué consecuencias podemos extraer de esto? El blog  pareció cumplir aquel célebre dictum lamborghineano: “Primero publicar,  después escribir”. La plataforma de publicación precedía a su contenido y  lo solicitaba puntualmente para la creación de un público (en general,  otros bloggeros, con lo que, de paso, se iban conformando una red de  escritores con intereses afines). La publicación en blogs permitió  superar obstáculos difíciles de salvar para los escritores noveles de la  generación analógica, brindando un acceso en tiempo real a la  publicación, la difusión y la circulación (virtualmente ilimitada,  aunque casi siempre se trataba de microaudiencias) e incluso noticias  sobre la recepción (a través de los comments ). Sin embargo, esta nueva  interfaz también imponía sus condiciones: el tiempo de lectura en  pantalla es mucho más acotado que en papel, por lo que los posts  (artículos) debían ser breves. Se competía con muchos otros blogs que  surgieron al mismo tiempo por un público acotado, por lo que el texto  debía llamar la atención desde sus primeras líneas, lo que obligaba a  una combinación de estilo con escándalo confesional y economía de  lenguaje y recursos. El relato corto y la crónica se revelaron  rápidamente como géneros privilegiados para este formato.
En  La masa y la lengua, Juan Terranova dice: “Que los blogs hayan caído en  una semi-desgracia no implica un retroceso. Twitter continúa acentuando  las diferencias, extremándolas, con la cultura textual del siglo XX”.  Los blogs todavía implicaban un soporte digital para usos propios de la  cultura letrada (el cuento, el ensayo, la crónica, el diario). Twitter  parece estar ya enteramente del otro lado de la frontera digital. En su  timeline pueden pulular personajes independizados de una trama, mientras  Facebook permite que la “figura de autor” se construya antes que la  publicación de la obra. Los nombres de los factores permanecen pero las  ecuaciones de la literatura moderna se dislocan. ¿Qué sucederá con los  escritores que se entrenan haciendo piques cortos de 140 caracteres en  Twitter y habitan una plataforma (Facebook) que parece prestarle más  atención al tercer tiempo que al partido? Todavía está por verse.
¿Literatura 2.0?
Somos  objeto de un experimento estético sin precedentes. Imaginen un mundo en  el que todos se comuniquen editando y enviándose videos unos a otros.  ¿Cómo haría cine una generación formada bajo semejantes condiciones de  producción? Chats, posts, tweets, sms, nunca la sociedad estuvo sometida  a tales cantidades de escritura y lectura. ¿Es eso literatura? Por  ahora no, pero desbarata la autonomía de la disciplina anteriormente  conocida como literatura. El nombre de posautonomía con el que Josefina  Ludmer ha bautizado el fenómeno indica la intuición de algo que aún no  termina de independizarse de un estadio anterior. ¿Qué hace la  literatura con esta masa crítica de escritura? La convierte, por un pase  de magia, en obra. Títulos como Escribir en Canadá de Luciano Lutereau,  Red Social de Ana Laura Caruso u Odio la literatura del yo de Esteban  Dipaola y Nuria Yabkowski recopilan entradas de Facebook, búsquedas de  Google y chats ajenos capturados en el vértigo de las redes sociales y  los publican como propios, poniendo (otra vez) la noción de autoría en  crisis. ¿A quién pertenecen esos libros que parecen celebrar menos el  perfil heroico de una pluma solitaria que la porosa inteligencia  colectiva de una red? Del autor como productor al escritor como editor,  las operaciones de selección, captura, recorte, combinación, se vuelven  mucho más cruciales que la mera y agotada invención. En la sociedad en  la que todos escriben, más importante que saber escribir es saber leer  en los intersticios de la red de escrituras.
El e-book  como soporte propone una nueva revolución. Si con los blogs todos podían  publicar, ahora todos pueden publicar un libro (no pasará mucho tiempo  antes de que aparezca un programa amigable y prácticamente automático  para diseñar libros destinados al Kindle). Esto podría hacer pensar en  la inminente extinción de las editoriales. Sin embargo, ya ha quedado  demostrado que pocos son los aventureros que se atreven a explorar la  ambigua e ilimitada selva de la red para encontrar algún tesoro oculto.  En un mundo en el que las publicaciones se multiplican, el criterio de  selección y jerarquización editorial se torna crucial. Tal vez pasemos  de lectores de autores a lectores de editoriales y lo que es más, tal  vez sean las propias editoriales las que empiecen a dictarle a los  autores un programa de escritura (algo de eso ya está anticipado  “analógicamente” por la editorial experimental Spiral Jetty, que publica  libros brevísimos reproducidos con una impresora láser. Tras una serie  de títulos iniciales, varios escritores emprendieron la composición de  “libros para Spiral Jetty” cuya existencia nunca habían imaginado antes  del surgimiento de la editorial). De todas formas, mal que les pese a  los bosques, el papel sigue jugando todavía un rol legitimador y  consagratorio. No ha surgido aún un autor que se instale únicamente  desde formatos digitales y son muy pocas las editoriales que le dan la  espalda a la celulosa para abrazar el e-book (Determinado Rumor o Blatt y  Ríos pueden ser algunas).
Como explica Juan Mendoza en  Escrituras past , la irrupción electrónica se abre camino en la  literatura o bien como referente o bien como matriz productiva, en el  primer caso, se trata de un corpus amplio que abarca desde las pioneras  La ansiedad de Daniel Link y Keres cojer? = Guan tu fak de Alejandro  López hasta la reciente No alimenten al troll de Nicolás Mavrakis,  novelas y cuentos que tematizan los nuevos usos de la tecnología a  través de mails, chats y mensajes de texto. En el segundo caso se trata  de incorporar para la literatura modos de procesamiento de archivos  digitales: el loop ( Qué hacer de Katchadjian), el spam ( Poesía spam ,  de Gradín) y también, a través de la proliferación hipertextual de  diferentes discursos tomados de los medios masivos, de la red e incluso  de los papers académicos, como en Sol artificial , de J. P. Zooey. En  estas obras suelen ponerse en cuestión los límites entre realidad y  ficción. La nueva literatura puede ser informe, acta, discurso, paper ,  el cuento omnívoro, camaleónico, puede adoptar cualquier registro, como  el catálogo de la muestra de un artista que nunca existió, o el  testimonio del testigo inexistente de un hecho notorio.
Para  explicar este progresivo adelgazamiento de la literatura habría que  pensar la literatura dentro de una ecuación que incluye tres variables:  tiempo, ocio y privacidad. Si los adelantos técnicos de los medios  productivos incrementaron los segmentos de ocio en el siglo XIX,  fomentando la novela como un consumo posible para atravesar esas horas  sin ocupaciones, habría que pensar qué sucede ahora que el ocio se ha  vuelto intersticial (breves períodos a lo largo de un día pleno de  ocupaciones, urgencias, “conectividad” y distracciones). Los géneros  breves, como el cuento o la nouvelle, parecen más aptos para estas  pausas que la novela de trescientas páginas. Además, la lectura va  camino a perder su carácter privado, casi secreto. Muchas lecturas se  comentan en tiempo real a través de tuits o posts en redes sociales. Se  lee por recomendación, o para discutir la lectura de otro, se lee “en  red”. Es verdad que el e-book hace a toda la literatura portátil y esto  podría promover el regreso de los grandes “ladrillos”, aunque esas  grandes sagas narrativas parecen haber migrado a otros formatos más  acordes con la época (como las series) mientras que la literatura se ha  vuelto transgénica: incorpora adn de otras disciplinas, en fuga hacia  las artes plásticas (el duchampiano Aleph engordado ), la música ( Los  covers es el título de una antología de próxima aparición), el cine (las  “Mental movies”, sinopsis de películas inexistentes publicadas como  pósteres por la editorial Clase turista). En una literatura del  procedimiento, el tamaño no importa, o mejor dicho sí importa que sea  breve, y la obra deviene mero testigo del procedimiento que contiene  agazapado en su seno.
¿Y la literatura?
No  hay lugar para apocalípticos. Nada desaparece, los estratos anteriores  conviven con estos nuevos usos y apropiaciones como la pintura de  caballete convive en el mundo del arte con los tiburones en formol. Se  seguirán escribiendo cuentos clásicos, finales sorpresivos, novelas de  trescientas páginas (y de quinientas y de mil). No desaparecerá el  artesanado de la frase pulida y la palabra justa ni la trama aceitada  como un mecanismo analógico de relojería pero, mientras tanto, parte de  la literatura se hace cargo de su tiempo y lanza expediciones a las  tierras vírgenes de la era digital para ampliar el campo de batalla. “El  nuevo libro reclama un nuevo escritor. El tintero y la pluma de oca han  muerto”. La frase es del formalista ruso El Lissitsky y está fechada en  1923.
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