Elizabeth Bennet es la máxima heroína de esta autora y se podría considerar su reflejo, porque aunque provenga de una familia bastante pobre, quiere casarse sólo por amor, aunque ello signifique morir soltera y sumida en la miseria. Lizzie es una mujer fuerte y decidida que, como vemos en la novela, se desenvuelve con facilidad entre la clase alta. No se deja pisar por la arrogante Caroline Bingley, tan altiva y siempre mirando por encima de su hombro, e incluso se niega a casarse con el señor Collins aunque éste le solucionara la vida, económicamente hablando, claro.
Sin embargo, no todos los personajes son como nuestra querida Lizzie, y no hace falta ir mucho más lejos de la propia familia Bennet. Jane es la hermana mayor, dulce, tímida y también sueña con el amor, aunque no es tan fuerte como la protagonista. Sin duda, tanto Jane como Elizabeth son las Bennet más culturizadas y que, quitando sus ropas, podrían pasar por miembros de la alta sociedad inglesa. Su tendencia a pensar que todo el mundo tiene buenas intenciones la hace más manejable que Lizzie.
Kitty y Lydia son las hermanas menores y también las más alocadas. Cuando tienen un oficial cerca no disimulan su coqueteo ni su deseo de convertirse en la futura esposa de tal o cual. Lydia es la más arrogante y desagradecida de las Bennet, y parecida a su madre y a la mujer de la época –aunque con demasiado afán de llamar la atención–, porque casarse “con su querido Wickham” es lo mejor que le ha pasado en la vida.
Kitty es, simplemente, la sombra de Lydia, con menos personalidad, aunque con el mismo deseo de ir detrás de los oficiales. Parece que al final, después de la boda de Lydia, se calma y madura, convirtiéndose en una señorita “casable”, todo un orgullo para su amada madre.
Mary es la hermana que menos conocemos de la novela. Sabemos que es muy diferente a los otros miembros de su familia, que en todo momento quiere mostrar su inteligencia y sus dotes con el canto y el piano, aunque en prácticamente todos sus intentos hace el ridículo. Y es la única que queda embelesada con la presencia del señor Collins, detalle que hace que el lector efectivamente la vea como “un poco rara”. Mary quiere acercarse al modelo de esposa perfecta, pero en muchos intentos falla estrepitosamente, ya sea diciendo una frase fuera de lugar o desafinando en un acto de sociedad.
La señora Bennet es, posiblemente, la mujer de esta historia que más se acerca al estereotipo de la mujer pobre de la época de Jane Austen –junto a Charlotte Lucas–: su objetivo en la vida es casar a sus hijas con un hombre con más dinero que ellas. El amor no le parece importante, porque una mujer “debe aprender a respetar a su marido”, cuidarle, no es necesario que le ame. En este sentido, se parece a la mejor amiga de Lizzie, Charlotte, que se casa con el señor Collins porque le da una casa y le permite dejar de depender de sus padres. No le ama, simplemente cumple el papel que le ha sido asignado como ama de casa.
Caroline Bingley y Lady Catherine de Bourgh pertenecen a la alta sociedad, y creen que eso les da derecho a menospreciar a los menos privilegiados. Caroline parece amable, pero en sus venas no corre sangre, sino puro veneno, y no duda en morder a quien sea para ridiculizar a las Bennet y conseguir sus propósitos: que su hermano olvide a Jane y que el señor Darcy se case con ella. Sin embargo, cumple los requisitos necesarios que una buena mujer de la época debía tener, o eso dice ella: sabe cantar, dibujar, tocar el piano, etc. Lady Catherine es como Caroline, con unos años más, más fortuna y más prepotencia. Tiene la certeza de que se debe alabar y complacer a su persona, y pobre del que le lleve la contraria… porque le menospreciará hasta límites insospechados. Desde el primer momento se hace evidente que Lizzie y Lady Catherine no se llevarán bien: la aristócrata ha encontrado la primera persona que no se doblega ante su presencia, y eso la encoleriza que da gusto. Deseosa de casar a su hija con el rico señor Darcy y amante de todas las buenas cualidades de las jovencitas de la alta sociedad, es otro claro ejemplo de cómo debía ser una mujer rica en los siglos XVII y XVIII.
Resumiendo, en Orgullo y prejuicio, Jane Austen nos presenta una sociedad dual: una con mujeres dependientes y domésticas, y otra de con mujeres fuertes e independientes. A mi parecer, esta obra fue escrita para denunciar de forma satírica lo que en aquella época se consideraba ideal: casarse por conveniencia económica. Jane Austen creyó en el amor verdadero –aunque no llegó a casarse–, y sus protagonistas y heroínas no podían ser menos que ella.
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