7 errores comunes al escribir los diálogos de tus novelas o relatos

Hoy me gustaría charlar contigo de un asunto que aún no he tratado en este blog y que sé que te preocupa: Cómo escribir diálogos para tu novela o relato.

Estoy segura de que eres consciente de la importancia que tiene un diálogo dentro de tu relato o novela. El diálogo te permite “mostrar” mejor cómo son los personajes, las relaciones que tienen entre ellos y cómo se transforman y evolucionan. Además, pueden proporcionarte dinamismo en tu narración y ayudarte a que el lector imagine y “viva” las peripecias de los personajes.

Sin embargo, qué difícil es construir un buen diálogo, ¿verdad? No sé si te ha ocurrido, pero tengo que confesarte que en mis primeros textos, aunque me esforzaba por escribir los diálogos con naturalidad, tras mi jornada de escritura me sentía frustrada al releerlos: sonaban artificiales y no conseguía los objetivos que me había propuesto transmitir a través de ellos.

Como a escribir se aprende escribiendo, equivocándose y corrigiendo fallos, hoy quiero compartir contigo estos 7 errores que yo misma he cometido alguna vez al escribir mis textos.

  1. Reproducir la realidad “de manera fiel”
  2. Crear un diálogo literario y poco natural
  3. No diferenciar las voces de los personajes
  4. Equivocar la intervención de un personaje con un monólogo
  5. Abusar de las acotaciones con verbus dicendi
  6. No incluir acotaciones del narrador significativas
  7. Abuso del lenguaje vulgar, vocablos profesionales o del argot

Reproducir la realidad “de manera fiel”

El primer reto al que me enfrento cuando escribo un diálogo es hacerlo de la manera más natural posible. Pensé que para conseguir esto podía serme útil observar cómo nos expresamos en el mundo real e intentar reproducir las conversaciones que mantenemos en nuestra vida cotidiana. Y también pensaba que cuanto más fielmente lo reprodujera (casi como si hiciera una copia de la realidad), mejor que mejor.

¿Se te ha pasado esta misma idea por la cabeza? Si es así quizás hayas llegado a la misma conclusión que yo: esa copia fiel de la realidad no (siempre) funciona. Nuestro día a día está lleno de diálogos vacíos que, aunque son necesarios para nuestras relaciones cotidianas, no aportan información significativa al lector. Me refiero a diálogos del tipo “conversaciones en un ascensor”:

—Buenos dias, María.

—Buenos días, ¿qué tal?

—Bien… parece que hoy ha refrescado, ¿verdad?

—Sí, eso parece. Veremos a ver mañana…

Como te comentaba, este diálogo aporta poca información al lector sobre nuestros personajes o nuestra trama (a no ser, por supuesto, que quieras mostrar que llevan una vida rutinaria y vacía). Es posible que, en aras de la naturalidad, hayas escrito un diálogo en el que, tras las fórmulas de cortesía, etc. se hable de lo que realmente interesa en la trama. En ese caso, ¿por qué no ir directamente al grano? Recuerda que estás haciendo literatura, no copiando la realidad. El lector puede suponer ese tipo de diálogos vacíos porque él, en su día a día, también los practica.

Por otro lado, este tipo de diálogos ralentizan la acción y pueden aburrir al lector. Y no queremos eso. Nuestro objetivo tiene que ser ofrecer un mayor dinamismo y hacer que la acción sea más vívida a través de ellos.

Crear un diálogo literario y poco natural

Este sería un error completamente opuesto al primero. Un diálogo excesivamente literario, con un lenguaje muy cuidado, un discurso muy bien estructurado, sin ningún tipo de interrupciones por parte de otro personaje, etc. puede hacer que el texto pierda frescura y la espontaneidad que sobreentendemos que debe tener un diálogo.

Por lo general, este tipo de diálogos resultan artificiales. Sin embargo, quizás tu obra sí requiera de este tipo de diálogos en caso de que, por ejemplo, estés empleando un estilo muy poético. Si tienes la tentación de escribir este tipo de diálogos muy literarios valora si se ajusta a las necesidades de tu obra.

En ese caso, te sugiero que hagas una pequeña prueba, escribiendo dos diálogos distintos (uno natural y otro literario) donde ofrezcas la misma información al lector. Observa cuál es el que mejor encaja en tu novela o relato antes de decidirte por uno de estos estilos.

No diferenciar las voces de los personajes

¿No te ha ocurrido que tras escribir un relato te das cuenta de que el narrador y los personajes hablan con el mismo tono, cadencia y ritmo? Todos tenemos una manera particular de expresarnos al coger la pluma y, a veces, sin darnos cuenta, lo hacemos con el mismo tono para personajes y narrador. Esto es así porque en el fondo somos “nosotros” los que nos estamos expresando, no nuestros personajes.

Sé que es difícil, pero cuando escribimos diálogos tenemos que desligarnos de nuestro “yo autor” y ponernos los zapatos y la piel de nuestros personajes. Cada personaje tiene unas características distintas, ¿verdad? En ese caso, no deberían hablar todos igual. En tu imaginación, pon a tus personajes al límite, enfádalos, hazles reir, échalos a llorar… y observa cómo se comportan y hablan. Después, intenta trasladar esas palabras a tus diálogos.

Equivocar el parlamento del personaje dentro del diálogo con un monólogo

Estoy casi segura de que has leído algún diálogo en que uno de los personajes “coge el micro” y no lo suelta ni con agua caliente. A pesar de ser un diálogo, parece que un personaje es el dueño y señor de la comunicación, pronuncia interminables parrafadas y el resto de personajes con quien supuestamente está dialogando sólo apostillan de vez en cuando sus palabras o bien le preguntan algo de forma escueta para que siga explayándose bien a gusto. Esto te suena, ¿verdad?

Una de las razones que nos pueden llevar a construir este tipo de diálogos es que tenemos la necesidad de “explicar algo” al lector. Esa explicación puede ser muy variada: desde exponer detalles del contexto histórico de la obra (imagina que se habla de la Edad Media y un personaje te suelta una parrafada sobre cómo se vivía entonces) hasta informar de por qué un personaje ha obrado de determinada manera o de cuál ha sido su pasado.

En estos casos, el diálogo puede hacerse pesado porque:

a) el personaje puede resultar pedante o adoctrinador. Si esto es así porque es el carácter de nuestro personaje, entonces el diálogo estaría bien logrado. Pero si nuestro personaje no es así y obtenemos ese resultado, tendríamos que volver a ponernos en la piel del personaje (como te comentaba en el punto 3) y buscar la manera más adecuada de ofrecer esa información en su voz. Si tras hacer ese ejercicio comprobamos que sigue resultando un parlamento pesado, quizás estemos en el caso b.

b) estamos dando al lector una información que podemos expresar mejor mediante otro recurso. Voy a explicarte este punto mediante el siguiente ejemplo. Imagina que en un momento de tu obra un personaje tiene que informar a otro de algo que ocurrió en el pasado. Si ese relato es extenso y significativo para la obra, es probable que haya otras opciones para informar al lector como, por ejemplo, hacer un flash-back en lugar de expresarlo en el diálogo.

Abusar de los verbos declarativos o “dicendi”

Uno de los elementos que muestran con más claridad que estamos ante un texto amateur es el ingenio que muestra el autor para encontrar sinónimos a la palabra “dijo”. Creo que todos hemos leído diálogos de este tipo (retomo la anterior conversación de ascensor):

—Buenos dias, María —dijo Juan.

—Buenos días, ¿qué tal? —respondió María.

—Bien… parece que hoy ha refrescado, ¿verdad? —preguntó Juan.

—Sí, eso parece. Veremos a ver mañana… —manifestó María.

¿Realmente son necesarias esas acotaciones del narrador? Creo que coincidirás conmigo en que no. Si antes de iniciar el diálogo el narrador expresa: “Juan y María se encontraron en el ascensor”, ya sabemos quiénes son los personajes que participan en él. Por otro lado, en la primera intervención del personaje se nombra a su interlocutora (“Buenos días, María”), por lo que el lector ya supone que la conversación la inicia Juan y, por tanto, el orden lógico de las intervenciones de los personajes.

Aunque no conviene abusar de este tipo de acotaciones, es cierto que a veces son necesarias. En ese caso las utilizaremos con mesura y las sustituiremos por acotaciones con información significativa para el lector (como veremos en el punto siguiente).

No incluir acotaciones del narrador significativas

Antes de iniciar la explicación me gustaría que compararas el diálogo del ejemplo anterior con éste:

—Buenos dias, María.

—Buenos días, ¿qué tal?

María miró a Juan sorprendida al ver que había podido colarse en el ascensor antes de que la puerta se cerrara, a pesar de que ella había pulsado repetidamente el botón para iniciar la marcha.

—Bien… parece que hoy ha refrescado, ¿verdad? —Tras un momento de silencio, Juan la sonrió casi sin atreverse a mirarla.

—Sí, eso parece. Veremos a ver mañana…

Como ves, este tipo de acotaciones del narrador son muy diferentes a las que te exponía en el punto anterior. No es necesario recurrir a los verbos “dijo, preguntó, respondió”, etc. para indicar quién está hablando, sino que el lector lo deduce porque ponemos a los personajes a “hacer algo” mientras están conversando.

Este tipo de acotaciones son necesarias en el diálogo principalmente por dos razones:

  1. Nos ayudan a situar a los personajes en un escenario y ello contribuye a que el lector pueda imaginárselos.
  2. Ofrecen información del lenguaje no verbal de los personajes (sus gestos, actitudes…) que complementan sus palabras.

Abuso del lenguaje vulgar, vocablos profesionales o del argot

Por último me gustaría comentar contigo otro error que solemos cometer también en aras de la naturalidad: el abuso del lenguaje grosero, del argot o de los vocablos profesionales. Es cierto que este tipo de vocablos nos son de mucha utilidad a la hora de caracterizar a los personajes a través de sus palabras. Pero recuerda que, como decía en el primer punto, estás haciendo literatura, no una copia de la realidad. En este caso la mesura es una virtud. Emplear estos vocablos en su contexto y volumen justo sí nos ayuda a caracterizar al personaje, pero si nos excedemos sepuede crear la impresión de que estamos haciendo una parodia o una caricatura.

Con estos errores (y con otros inconfesables por el momento) me he encontrado yo a la hora de escribir diálogos. ¿Y tú? ¿has caído en la tentación de cometer estos fallos o te has dado cuenta de otros errores que no he mencionado aquí? ¿Cómo los has solucionado? Cuéntame, cuéntame…

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RUTH M. RODRÍGUEZ,  Verbalina Escuela de Escritura Creativa

13 respuestas a «7 errores comunes al escribir los diálogos de tus novelas o relatos»

  1. Hace poco encontré unos textos que escribí a los doce años y me doy cuenta de que cometía todos estos errores, ja,ja. Leer literatura de autor me ha ayudado a sacar estas conclusiones por mi misma y este artículo me lo ha confirmado.

    Puede ayudar a muchos futuros escritores. ¡Así que gracias!

    1. Hola Clara. Tienes toda la razón, cuando revisamos textos antiguos… nos damos cuenta de todo lo que hemos aprendido y evolucionado. Gracias por pasarte por aquí, leer y comentar. ¡Nos seguimos leyendo y escribiendo!

  2. Es muy bueno tu trabajo. Encontré tu blog ayer y no me pude despegar. Soy periodista de alma y por oficio. Y aunque no me propongo escribir ningún texto literario, me gusta la literatura y sobre todo el trabajo del escritor. Gracias

    1. Mil gracias por acercarte a leer y dejar tu comentario, Eduardo. Me anoto la corrección de tu apellido. Me alegra poder saludarte y espero que nos “veamos” más por aquí. Saludos.

  3. Estupenda entrada, Ruth. Como siempre. Para escribir diálogos, pienso que el secreto está en escuchar hablar al personaje y trasladarlo al papel. Por ejemplo, si es un tipo duro suelo hacerlo hablar en mi cabeza con la voz del actor que dobla a Samuel L. Jackson en España. También la de Bruce Willis, etc… Parece una tontería, pero te guía muy bien qué puede decir y qué no. En un relato que reproducía un programa de radio, de misterio, la voz era la de Iker Jimenez.
    Creo que si ves al personaje mientras habla, si le pones la voz de alguien parecido a él, consigues esa naturalidad.
    A nivel formal, en diálogos de dos personas, solo acoto las dos primeras intervenciones el resto se suponen, como mucho acoto con una acción del personaje pero nunca con una sucesión de dijos o sucedáneos.
    Un error que observo mucho es intentar usar el diálogo para explicar lo que no has podido meter en otro sitio.
    Como sugerencia para aprender a escribir diálogos siempre recomiendo devorar novela negra, Hammett y Chandler. O ver cine clásico: Casablanca. O, directamente, una multisesión de Tarantino.
    Saludos y mis felicitaciones por tu blog y por el cursillo que nos regalaste sobre novela. Ahora estoy comenzando mi primera novela, estoy en fase de lluvia de ideas para tramas y episodios. Es increíble cuando estás enfocado en una historia y comienzas a verla ante tus ojos, parece que los personajes, las acciones cobran sentido. Casi le voy a dar la razón a Stephen King cuando habla de que el papel del autor es el de descubrir la historia. Bueno, no me enrollo más…

    1. Jajajaja… Me encanta tu truco de poner voz de actores de doblaje a nuestros personajes. ¡Lo pondré en práctica! Muchas gracias, David, por tus palabras. Me animan a continuar escribiendo este blog. Y ahora… ¡a escribir!

  4. gracias, Ruth, por tus consejos. Tengo un par de escritos con intentos de ser novelas, pero las dos se han quedado rezagadas porque de repente me doy cuenta de que no hallo por dónde seguir. Tus consejos me están ayudando y creo que pronto volveré a retomar una de ellas. Gracias, nuevamente.

  5. Una pregunta, si tenemos dos situaciones como esta:

    —¡Vamos a una montaña y perdámonos! —Lo abrazó, colgando sus brazos al cuello.

    —¡Vamos a una montaña y perdámonos! —lo abrazó, colgando sus brazos al cuello.

    ¿Cuál sería la correcta?

  6. Hola!

    Recién encontré este blog.

    El post me ha sido muy útil porque sé que tengo que afinar lo de los diálogos en mis ejercicios de escritura.

    Muchas gracias…

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