Bécquer grafitero

Un 17 de febrero de 1836 nació en Sevilla el poeta y escritor Gustavo Alonso Bécquer. Con motivo del reciente aniversario de su nacimiento, queremos recordarle en nuestro post de hoy transcribiendo un artículo firmado por el escritor e historiador toledano Manuel Palencia para la revista “El Cultural” de “El Mundo” donde se narra un curioso descubrimiento: la firma del escritor romántico en una de las puertas de un convento de Toledo.
Para saber más curiosidades sobre Bécquer te recomendamos que consultes el enlace que te escribimos a continuación y, si estás por Toledo, que disfrutes de una de las rutas literarias realizadas por Manuel Palencia.
FUENTE: http://cuentametoledoblog.wordpress.com/tag/becquer/

Noche. Dos jóvenes pasean al azar por las desiertas calles de Toledo. Los sombríos muros del barrio conventual recogen y amplifican el murmullo de sus botines sobre el empedrado. Se detienen extasiados una vez más ante la serena belleza de la portada plateresca del convento de San Clemente el Real. Tras ellos, una escalera de mano arrimada a la pared -utilizada por los serenos para limpiar y encender los faroles de aceite del alumbrado público- invita a la acción. Bajo una luz incierta, apoyan los largueros sobre el friso de caliza. La ligera pendiente de la calle dificulta su colocación. Por turnos, escriben con un lápiz sus nombres en la piedra; luego, se abrazan emocionados para celebrar el acto y marchan.
Uno de aquellos jóvenes es Gustavo Adolfo Bécquer, y el hecho pudo ocurrir en la segunda mitad de 1857, cuando su proyecto editorial de la Historia de los Templos de España, comenzado con entusiasmo unos meses antes, parece venirse abajo. Con veintiún años de edad, vive inmerso en el ambiente de la bohemia madrileña y, muy probablemente, había contraído ya la sífilis que le hizo guardar cama durante varios meses al año siguiente.De su oscuro compañero de andanzas, Yldefonso Núñez de Castro, solo conservamos -además del autógrafo- su colaboración en los Templos con el dibujo de la sinogoga de Santa María la Blanca, en la que aparece el poeta guiado por un cicerone ciego.
Una costumbre muy extendida
Hoy no debemos caer en el error de considerar el episodio referido fruto de una actitud disipada y de menosprecio hacia las venerables piedras del monasterio; no. Durante el siglo XIX, la realización de autógrafos sobre monumentos históricos fue una costumbre muy extendida y practicada en toda Europa y en la cuenca mediterránea, y no precisamente por personas ajenas al Arte, sino por renombrados eruditos que con este gesto pretendían ofrecer a esas nobles reliquias su particular homenaje en un anhelo de permanencia y comunión con el objeto admirado. Vean lasugerente definición del Diccionario de la Real Academia: “Grafito: escrito o dibujo hecho a mano por los antiguos en los monumentos”.
La existencia de este autógrafo no era más que una leve murmuración, un inseguro dato con vago aroma a leyenda dramática o histórico lirismo. Algunos, en Toledo, habíamos tenido noticia de él; sin embargo, tras rastrear en la obra de la larga nómina de becquerianistas (Benito Revuelta, Montesinos, Gamallo, Schneider, Pageard, Iglesias Figueroa o Sebold, entre otros) encontramos que solo Adolfo de Sandoval lo cita de oídas, con errores y sin consistencia, perdiendo credibilidad la narración. Todo seguía siendo inseguro, impalpable; hasta que llegó la comprobación, y allí estaba.
Entre los años 1911 y 1915 resurge con fuerza la figura de Bécquer: apartados diarios en prensa, homenajes municipales y académicos, colocación de lápidas conmemorativas -se instala, incluso, un armarito en la plaza de Santo Domingo el Real de Toledo con ejemplares de las Rimas a disposición del público), y el intento de compra, por parte de un grupo de literatos madrileños, de la casa que habitaron los hermanos Bécquer en la calle de la Lechuga, a partir de entonces llamada calle de los Bécquer.
Por fin, el libro publicado en 2010 por Jesús Cobo -Alejandra (y otros temas becquerianos)- hace importantes desvelos en torno al hecho.
35 centímetros, A 5 metros de altura
En El Eco Toledano del 25 de febrero de 1915, Juan Moraleda y Esteban anuncia el grafito -aunque calla su ubicación por temor a que pudiera perderse- y alude a su intención de fotografiarlo. El erudito justifica el hecho como testimonio de la extraordinaria admiración que le producía al poeta -la portada del convento-, y lo califica de sencillo y tierno episodio y delicado testimonio. Al día siguiente, el Diario Toledano, en un anónimo de la redacción, revela su lugar de emplazamiento, a lo que contesta Juan Moraleda inmediatamente, un tanto molesto por la intromisión. Esto indica que, aunque Moraleda cita como fuente de su información a José Casado del Alisal, amigo íntimo del poeta, ya se conocía su existencia, quizás porque en esa época aún era visible desde el suelo. Aunque el autógrafo se halla a más de cinco metros de altura, tiene unos 35 centímetros de longitud.
¿Pero qué llevó a Gustavo y a su amigo a plasmar sus nombres sobre la portada? No lo sabemos con certeza. Su deseo de inmortalidad literaria es bien conocido, pero la existencia de una firma anterior (Ulibarri 1849) pudo suponer asimismo un acicate. Este tercer grafito, por su posición perpendicular al suelo, se ve con facilidad hoy en día. Además, a muy pocos metros de la calle de San Clemente, se conserva en la iglesia de San Pedro Mártir -junto a la tumba de Garcilaso de la Vega- la joya plateresca sobre la que años después escribió un artículo Gustavo Adolfo y que debió de conocer en la misma época: el sepulcro de los condes de Mélito, en el que también encontramos otro escrito (Rafael de Castro 1845).
Autenticidad fuera de duda
En cuanto a la autenticidad de nuestro grafito, queda fuera de toda duda. Aunque deteriorado, ya que se realizó sobre el mortero -hoy, en mal estado- aplicado en la restauración ejecutada en 1795 por disposición del cardenal Lorenzana, y conociendo la volubilidad de la caligrafía de Bécquer, el informe grafológico de Valle García no deja lugar a dudas, y un sencillo cotejo con algunos autógrafos del autor reitera nuestra afirmación.
Al cumplirse ahora ciento cuarenta años de la publicación de las Rimas, sería deseable que se conservara intacta el ansia de permanencia y eternidad que tan emotivamente mostró en la rima XLV (Quién, en fin, al otro día,/ cuando el sol vuelva a brillar,/de que pasé por el mundo,/ ¿quién se acordará?)y en la tercera carta de Desde mi celda este huésped de las nieblas, este poeta que tanto temía habitar el olvido.
El descubrimiento tuvo su repercusión. Manuel Palencia fue invitado a participar en París al “Congreso Internacional del Grafito Histórico”.También tuvo su reseña en el que puede ser la más importante web sobre grafito histórico en España: El Grafito Histórico, de José Ignacio Barrera Maturana.

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